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miércoles, 9 de marzo de 2011

La previa

El verano recién había comenzado y yo recién había instalado mi acondicionador de aire.

¿Sabía que goteaba? Sí obvio, todos gotean.

¿Me importaba donde caía la bendita gotita? No, ni un poco.

Para ser justo conmigo mismo debo decir que me fijé donde decantaba la gota.

Caía sobre una maceta, un piso debajo y de ahí volvía a retomar su camino descendente hacia un toldo, dos pisos más abajo.  

Y si bien era claro que el pedacito de H2O continuaba su derrotero hacia el vacio, también es cierto que su destino final me tenía sin cuidado. Pensaba que dos pisos hacia abajo, la misma pasaba a ser parte libre de este mundo.

Fui feliz (mientras duro la inconsciencia , hasta que un día por la mañana una vecina me vino a plantear que le caía mi gotita y le molestaba. No a ella en realidad, sino que potencialmente le iba a molestar a su vecino de al lado, que según ella, era un tanto susceptible al goteo constante.

No sonaba creíble. Sonaba más bien a ese tipo de historias que uno suele escuchar: “Tengo un amigo que me dijo que  depilarse con cera las piernas duele.” o “Yo te prestaría el auto para que te fueras de vacaciones, pero mi mujer no quiere y vos viste que la flaca tiene sus carácter”.

La miré, reflexioné y teniendo en cuenta  la buena convivencia consorcial decidí aceptar su sugerencia de solucionar el inconveniente, poniendo debajo de la manguera un balde.

Y así, debí  hacerme cargo de la bendita gota.

Creí haberme librado del problema, pero como ya conté, no estaba ni un poco cerca de haberlo hecho.

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